Private Project

The Sauceda, from utopia to horror

Survivors or children and grandchildren of the disappeared in La Sauceda tell the story of this valley of the mountain range that straddles the provinces of Cadiz and Malaga, the last Republican stronghold in the area when Franco's troops occupied all the surrounding region. The village was bombed and destroyed forever by four columns of Franco's army and survivors locked in Marrufo farmhouse where they were executed. Every day five or six persons were killed. The testimonies of more than 30 people reconstruct what happened in those months from summer o 1936 to winter of 1937. They tell us how was the consecuences of war for the families of those who were killed or repressed. The documentary also shows the work of the Forum for the Memory of the Campo de Gibraltar and the Association of Relatives of Reprisals by Franco in La Sauceda and Marrufo to locate the mass graves where the bodies of 28 people were exhumed in summer of 2012.

  • Juan Miguel León Moriche
    Director
  • Juan Miguel León Moriche
    Writer
  • Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar y Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo en La Sauceda y el Marrufo
    Producer
  • Andrés Rebolledo Barreno
    Key Cast
  • Project Title (Original Language):
    La Sauceda, de la utopía al horror
  • Project Type:
    Documentary
  • Runtime:
    58 minutes 28 seconds
  • Completion Date:
    March 14, 2014
  • Production Budget:
    10 USD
  • Country of Origin:
    Spain
  • Country of Filming:
    Spain
  • Language:
    Spanish
  • Shooting Format:
    Digital
  • Film Color:
    Color
  • First-time Filmmaker:
    No
  • Student Project:
    No
Director Biography - Juan Miguel León Moriche

Juan Miguel Leon Moriche has a degree in Information Sciences from the Complutense University of Madrid and a -Master in Journalism from the School of Journalism at El Pais Autonomous University of Madrid. He published his first work as a journalist in the delegation of Diario de Cadiz in Algeciras in 1985, and between 1986 and 1988 he worked in Madrid at the news agency COPY (Today STAFF). The works he did there were published in magazines like Interviú, Time, Panorama, or Garbo. In 1988 he worked in the central office of Diario de Cádiz, between June and September, and in January 1989 was part of the founding team of Europa Sur, the Joly Group´s newspaper in Campo de Gibraltar region. In 1991 he went to Madrid where he worked in the newspaper El Independiente and in December of that year he went to Pontevedra, where he worked in Xornal de Pontevedra. In September 1992 he joined Andalucia Actualidad, a magazine at Sevilla and in January 1994 became editor of Cadiz Información. In 1997 he returned to Europa Sur, where he became editor in 1998, a position he held until January 2006. From October 2006 to December 2009 he was responsible for the press office of Márgenes y Vínculos Foundation. In this organization he worked in the research and writing of a report entitled Vulnerabilities of sons and daughters of immigrants living in Andalusia, commissioned by the Ministry of Social Welfare of the Junta de Andalucía and the Ministry of Labour and Social Affairs. Also between October 2006 and June 2011 he was director of Apunta, a guide magazine for Algeciras and the Campo de Gibraltar. In 2013 he was writer and director of the documentaries La noche más larga y La Sauceda, de la utopía al horror. He currently works as a writer for the Hijos de Andalucía, a program which broadcasts Canal Sur, the public television of Andalucia.

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Director Statement

El valle del horror

Pinochet en el entierro de Franco. Era la esencia del mal. El Diablo hecho carne. Para quienes cumplíamos 18 años al comenzar la década de los ochenta y despertábamos a la consciencia política, la foto del dictador chileno en Madrid era la maldad personificada. Era una foto en blanco y negro. Pinochet está sentado, vestido de militar y cubierto con una capa gris. Ligeramente inclinado hacia atrás, mira desafiante a la cámara. Tiene el gesto arrogante y soberbio de quien se siente todopoderoso, satisfecho con los crímenes cometidos y seguro de su impunidad. La foto aparecía en un periódico de la época cada cierto tiempo. Cuando alguien escribía a propósito de las últimas atrocidades del bárbaro latinoamericano: Una bomba que mata a un ex ministro de Allende en un atentado preparado con la ayuda de la CIA en Washington, unos estudiantes de bachillerato que son rociados con gasolina y luego quemados vivos, unos dirigentes sindicales que aparecen degollados... Este tío es peor que Franco, decíamos entonces al calor de estas noticias, ignorantes e ingenuos.
Es julio de 1990. Menos de dos años después del referéndum en que el pueblo chileno le dijo no a la dictadura, un grupo de mujeres espera al borde de la carretera que une Calama, donde está la mina de cobre a cielo abierto más grande del mundo, con San Pedro de Atacama, pequeño pueblo turístico pegado a Los Andes. Un grupo de arqueólogos está excavando una fosa común en pleno desierto, donde han hallado ya una decena de cuerpos de mineros fusilados por el Ejército tras el golpe de Estado de 1973. Las mujeres están abrazadas. Hace frío y el viento que baja de la cordillera es implacable. Pero el dolor las mantiene unidas. El dolor y la esperanza de hallar a sus hijos, padres o esposos desaparecidos. Son mujeres valientes. Hace menos de un año del restablecimiento de la democracia en Chile. Pinochet sigue siendo jefe del Ejército y senador vitalicio. Su espada aún sigue en alto, amenazando al pueblo chileno. En 1998 el tirano es detenido en Londres, acusado de genocidio, terrorismo y torturas, por orden de un juez español. Al final escapará del cerco de la justicia, pero ya no estará seguro fuera de las fronteras del país donde su sombra sigue siendo muy larga.
Catorce años después, en el verano de 2012, una suela de goma negra sobresale de la tierra marrón parduzca, en la fosa común número uno del cortijo del Marrufo. Allí hubo, entre noviembre de 1936 y abril de 1937, un campo de concentración en el que fueron detenidos, torturados y fusilados centenares de personas. Todos eran habitantes o refugiados en el valle de La Sauceda, un enclave serrano que se extiende por las provincias de Cádiz y Málaga, último bastión republicano en la zona cuando las tropas franquistas ya ocupaban todas las comarcas cercanas.
Pegados a la suela negra, los huesos de un pie que luego se transforman en tibia y peroné, esperan a ser desenterrados y dispuestos sobre un tablón amarillo donde un antropólogo físico los estudiará antes de guardarlos en un cajón de cartón, debidamente etiquetados.
Esa suela era de un zapato, que era de un pie, que era de una pierna, que era de un cuerpo, que era de una persona. Una persona con nombre y apellidos, con una vida, con un trabajo, con una esposa e hijos, con recuerdos, con sueños, con necesidades, con historias vividas, con historias por vivir, por contar. En algún lugar de España, hay mujeres, hombres y niños que llevan su sangre por las venas. Puede que alguien lo esté ya buscando, o puede que hace tiempo se olvidaran de él. Que nadie lo recuerde. ¿Quién será?
Hoy no sabemos quién es, ni su nombre, ni su edad, nada de su vida. Sólo sabemos que hace setenta y ocho años ese hombre fue fusilado al amanecer. La tarde antes, el teniente Robles de la Guardia Civil había escrito a máquina una lista con cinco nombres y entre ellos estaba el suyo. Robles le dio la lista a un subordinado que se dirigió hacia una de las tres naves del cortijo en que estaban los presos cuyo crimen era haber defendido al Gobierno legalmente constituido de la República. El guardia leyó en voz alta los nombres y los cinco señalados salieron en dirección a la capilla. Allí, vigilados por los falangistas, pasaron la noche. Tras el canto del gallo, los cinco enfilaron una vereda que baja hacia el fondo del valle. En el campo no existe el silencio. Las chicharras más madrugadoras zumban ya. Su canto estridente y el rumor del viento entre las hojas de chaparros y acebuches acompañan los pensamientos de los que van a morir. De vez en cuando, la voz del verdugo más imbécil azuza a las personas como si fueran animales. Trescientos metros más abajo se abre un claro entre lentiscos y acebuches. Éste es el sitio. Aquí van a morir. Suenan cinco disparos al mismo tiempo. Luego otros cinco, uno detrás de otro.
Setenta y ocho años después, los huesos de ese hombre piden justicia. Piden que averigüemos su identidad, que hallemos a sus familias, que les demos un entierro digno, que les permitamos descansar en paz. Que restablezcamos su dignidad. Que averigüemos quiénes lo mataron, que se juzgue el crimen y se repare a su familia.
Pero setenta y ocho años después, el Gobierno de España, hoy del PP, ayer del PSOE, se niega a desclasificar los archivos centrales de la Guardia Civil. Es muy probable que en ellos estén las listas que hacía Robles cada tarde. Podríamos saber con exactitud cuántas personas fueron fusiladas en El Marrufo, La Sauceda y su entorno, y sus nombres y apellidos.
Veintiocho cadáveres fueron exhumados el verano de 2012 gracias a la iniciativa de la asociación de familiares de represaliados por el franquismo en El Marrufo y La Sauceda y al Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar. Los familiares pusieron una denuncia en el juzgado de Jerez. Calculan que en todo el valle de La Sauceda fueron fusiladas más de 600 personas. En el mismo cortijo hay más fosas comunes, aún sin excavar, dispersas por sus llanos y barrancos.
Pero han pasado dos años y el juez de Jerez y el de la audiencia provincial sostienen que éste no es asunto suyo, que en 1977 se aprobó una ley que perdona todos los crímenes cometidos por los funcionarios franquistas. Miran para otro lado. Parecen funcionarios ejemplares, cómplices del aparato judicial y policial que protegía y protege a los criminales, a los terroristas de un Estado asesino en su origen que sembró España de cadáveres e ignominia.
Si los jueces fueran valientes y el Gobierno desclasificara los archivos de la Guardia Civil evitaríamos, en Cádiz, en Andalucía y en toda España, mucha incertidumbre y mucho dolor. Aliviaríamos la pena de decenas de miles de familias que aún no saben dónde, cuándo y cómo murieron sus antepasados. Ahorraríamos tiempo y trabajo a historiadores, arqueólogos, antropólogos, forenses y a algunos fiscales y jueces valientes. Y ganarían la democracia y la justicia. Y comprenderíamos que Pinochet al lado de Franco era un mal aprendiz. Setenta y ocho años después, Franco y sus compinches siguen gozando de impunidad. El secreto de sus crímenes sigue siendo inviolable. Pero cada día menos. En eso estamos.
Este documental recoge las historias de algunas de las víctimas del genocidio de La Sauceda y el Marrufo. Son testimonios de niños y niñas que escucharon el retumbar de las bombas o los disparos de los fusiles al amanecer. Hijos que pasaron hambre y miedo, y nietos que de pequeños aprendieron a no preguntar, a callar cuando se hablaba del abuelo desaparecido o del tío abuelo huido. Esos nietos hoy han roto el silencio y nunca más van a callar. Sus palabras suenan aquí, con emoción, pero también con determinación. El recuerdo de todos, hijos y nietos, es parte imprescindible de la memoria del pueblo andaluz. Cultivémosla. Los frutos de ejercitarla son la verdad y la libertad. Para siempre y sin miedo.

Juan Miguel León Moriche
Marzo de 2014